El crimen del taxista: siete puñaladas y un cadáver abandonado junto a la carretera de Vitigudino
CRÓNICA NEGRA
Los hechos ocurrieron en noviembre de 1976. El cuerpo de la víctima fue hallado horas después de haberse cometido el crimen. La autopsia y los indicios recogidos permitieron esclarecer que logró caminar trescientos metros antes de desplomarse, sin vida
Era una noche fría, de esas propias de los noviembres salmantinos en las que el viento corta la piel.
Hacía apenas dos horas que Horacio Eugenio Nieto, un hombre de 42 años y taxista de profesión, se había despedido de sus compañeros al concluir su jornada laboral.
Corría el seis de noviembre de 1976 y aquella, sería la última vez que le verían con vida.
Los hechos
A 48 kilómetros de Salamanca, en una cuneta de la carretera de Vitigudino, se encontró el cadáver de Horacio.
Las heridas por arma blanca que presentaba el cuerpo no dejaban lugar alguno a la duda: había sido una muerte violenta.
La autopsia determinaría el peor de los presagios: había recibido un total de siete puñaladas. Y aunque ninguna de ellas había sido mortal por sí sola, juntas le habían provocado una anemia aguda posthemorrágica que le arrebató la vida tras una lenta agonía.
Los agentes que se hicieron cargo de la investigación, junto a los médicos forenses, calcularon que Horacio, ya herido, había logrado caminar trescientos metros antes de desplomarse, sin vida.
En lo que a su taxi respecta, fue hallado abandonado a diez kilómetros del cadáver. El vehículo presentaba evidencias -manchas de sangre en los asientos traseros- que llevaron a determinar que había sido escenario de una reyerta.
Desde el amanecer en el que fue hallado el cuerpo, la Guardia Civil dio inicio a una investigación que poco tardó en en señalar un nombre: Ezequiel Rubio, un joven de 22 años, natural de Vitigudino.
Tal y como pudieron saber los agentes, Rubio había regresado hacía pocas semanas de Suiza, donde había trabajado como emigrante.
En su regreso a España trajo consigo 20.000 pesetas y 2.000 francos suizos, fruto de su esfuerzo, dinero que, según declaró, perdió o le fue robado mientras cruzaba Francia.
Desde entonces, parecía un hombre abatido, desorientado, con una frustración creciente que, según el tribunal, sería el germen de su crimen.
El joven fue visto en Salamanca el mismo sábado junto a varios paisanos. Varios testigos relataron que el sospechoso que se separó del grupo al caer la tarde y regresó solo al pueblo , esa misma noche.
La Guardia Civil lo interrogó al día siguiente del hallazgo.
Sus respuestas fueron dubitativas, contradictorias... suficiente como para sembrar la semilla de la sospecha.
Hablaba del dinero perdido, del viaje y de su mala suerte, pero no pudo explicar por qué había regresado tan tarde, ni cómo había conseguido unas pocas pesetas de más en el bolsillo.
A la tercera declaración, confesó. Había abordado el taxi de Horacio Nieto con la intención de robarle. En un forcejeo, sacó una navaja y la hundió, hasta en siete ocasiones, en el cuerpo del taxista.
Una vez perpetrado el crimen huyó en el mismo vehículo, que abandonó kilómetros después.
El botín que motivó el crimen fue de 1.600 pesetas. O lo que es lo mismo, 9,62 euros.
Una escalada de violencia y un entierro multitudinario
La noticia corrió como pólvora y Salamanca, capital y provincia, amaneció estremecida.
El entierro del taxista se convirtió en una manifestación multitudinaria de duelo: 151 taxistas acompañaron el féretro, todos con cintas negras en los retrovisores y los claxon sonando en señal de protesta.
Los taxistas exigieron más seguridad algunos, incluso, pidieron permiso para portar armas o defensas ante lo que consideraban una escalada de violencia en la provincia.
Aquellos días, además del asesinato, se habían registrado agresiones, robos en comercios e intentos de asalto a viviendas. La sensación de inseguridad se cernía sobre los salmantinos.
El juicio
El proceso judicial se celebró al año siguiente.
El 28 de octubre de 1977, la Audiencia Provincial de Salamanca dictó sentencia, condenando a Rubio a treinta años de prisión al encontrarle culpable de un delito de robo con homicidio.
Durante el juicio, Rubio declaró con voz baja y mirada perdida. Dijo no haber querido matar. Habló del dinero que perdió, del hambre y la vergüenza. Pero nada mitigó el peso de las pruebas ni la magnitud del crimen.
Los peritos confirmaron que la víctima habría sobrevivido si hubiera recibido auxilio inmediato, pero el agresor huyó dejando al hombre morir en la oscuridad.
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