El crimen de La Zarza de Pumareda: la tragedia de dos pastores que terminó en asesinato
El crimen no dio lugar a hipótesis rocambolescas ni a pesquisas prolongadas; fue el resultado del odio gestado entre dos hombres que terminó con una ejecución despiadada

La última noche de 1911, en La Zarza de Pumareda, mientras los vecinos dormían ajenos al horror, un hombre cayó al suelo inconsciente golpeado por un palo, en primer lugar y por la espalda, acuchillado después y rematado, finalmente, con una piedra.
El crimen no dio lugar a hipótesis rocambolescas ni a pesquisas prolongadas; fue el resultado del odio gestado entre dos hombres que terminó con una ejecución despiadada.
Pastores enfrentados
Vivían en el citado pueblo salmantino dos pastores, Juan Martín Hernández y Víctor Cacho, de veintiséis y treinta y seis años de edad respectivamente. El día del crimen, Juan se encontraba guardando un rebaño de ovejas y cabras que, poco tiempo antes, había pastoreado Víctor. Aquello generó una discusión entre ambos pero, más allá del encontronazo verbal, el asunto, en ese momento, no fue a más.
Juan, convencido de que la discusión ya había finalizado y sin previo aviso, fue atacado por la espalda. Víctor, armado con un palo, le había propinado tal golpe que, producto del mismo, Juan cayó al suelo inconsciente. Acto seguido, el agresor empleó un puñal para asestarle varias puñaladas y, finalmente, con una piedra de grandes dimensiones le destrozó el cráneo.
La investigación
Las autoridades poco tardaron en tener constancia del crimen, por lo que enseguida se dio aviso al juez de instrucción del partido para que se personara en el lugar acompañado, además, de varios guardias civiles pertenecientes al puesto de Vitigudino.
A la comitiva, ya en el lugar de los hechos elaborando las pertinentes diligencias, se le unió poco después una pareja de la benemérita proveniente de Barruecopardo.
Los agentes tardaron entre menos y nada en recopilar información suficiente como para que las sospechas recayeran de forma “vehemente” en Víctor Cacho.
Una vez el principal sospechoso fue detenido y debidamente interrogado, los agentes lograron su confesión -aunque en un primer momento negó estar involucrado en los hechos-.
Esa misma tarde, la del 31 de diciembre, fue puesto a disposición judicial y enviado a prisión por orden del juez instructor.
La inspección ocular del escenario del crimen
Durante la inspección ocular de la escena del crimen, y aunque esta tarea sí se antojó un tanto ardua, los agentes terminaron por dar con el puñal con el que se habían inflingido las heridas a la víctima, así como con la piedra empleada para rematarla. Eso sí, y todo sea dicho, el palo no lo encontraron por ningún lado.
Los periodistas de la época dejaron constancia de la desolación que causó la noticia en el pueblo al tratarse, Juan, de una persona muy querida en el mismo.
En este caso de la crónica negra salmantina, el rencor venció a la razón.
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