Memorias del crimen: del asesinato a la violencia callejera en un día de barbarie en la Salamanca del siglo XIX
El 19 de junio de 1884 los partes oficiales que llegaban al gobierno civil y a las autoridades judiciales daban cuenta de un cúmulo de desgracias que, por su número y crudeza, superaban lo común en los anales de la crónica local y de sucesos
Apenas veinticuatro horas que habrían quedado grabadas en el subconsciente de las gentes de Salamanca y su provincia.Una jornada larga, marcada por el infortunio y la violencia. Los partes oficiales que llegaban al gobierno civil y a las autoridades judiciales daban cuenta de un cúmulo de desgracias que, por su número y crudeza, superaban lo habitual de las crónicas locales y de sucesos.
Primeramente, en Fuentes de Oñoro, la Guardia Civil de Ciudad Rodrigo comunicaba con consternación un crimen espantoso. Según las primeras pesquisas, vivía en el citado municipio una anciana que, desde tiempo atrás, mantenía amargas y violentas disputas con su nuera. Las continuas querellas domésticas, que el vecindario conocía bien y de primera mano, terminaron por tener un tráfico final la noche previa a aquel día negro: el 19 de junio de 1885.
La nuera, secundada por sus propios hijos -uno de doce años y otro de catorce-, habría irrumpido en la casa de la anciana, armada con un hacha de proporciones descomunales. Con aquel arma perpetraron el atroz asesinato, dejando el cuerpo de la víctima cruelmente destrozado.
Tras perpetrar el crimen, y sin ápice alguno de arrepentimiento, arrastraron el cadáver de la desdichada mujer hasta la plazuela de la iglesia, donde lo abandonaron a la vista de todos, a modo de macabra muestra de su barbarie.
Poco se tardó en dar con los tres autores materiales del asesinato y, tras ser apresados por agentes de la benmérita, confesaron su delito sin reparos.
Mientras tanto, en la capital, la desgracia y las malas noticias no dejaron de sucederse.
En la conocida como "casa de Socorro" el médico de guardia, un hombre al que se referían como señor Téllez, prestaba auxilio a varias víctimas de otros lamentables sucesos.
Un extranjero de nombre Bernardo Garisell ingresó tras haber sufrido múltiples contusiones en la nariz y la frente durante una trifulca, presentando además -y por si fuera poco- un golpe de muy mal aspecto en el ojo izquierdo. Poco después era atendido un niño de apenas cinco años, Justo Vega, envenenado por una ingestión accidental de beleño.
Posteriormente, una mujer y su hijo, Vicenta Sáez y Francisco Alba, participaban en una multitudinaria pelea que se saldaba, como conscuencia, con ambos atendidos por varios traumatismos.
A estos casos, que ya de por sí no eran pocos, se sumaba el de un niño lactante que, por descuido materno, introdujo en su boca un frasco que contenía ácido sulfúrico. El compuesto químico le produjo graves quemaduras en la boca.
Minutos después, otra pelea cuyo origen había sido un malentendido por una caja de cerillas, se cobraba un herido por arma blanca.
Leandro Chapado, un mozo de cocina de un conocido restaurante de la época, había sido apuñalado con una "navaja de Albacete" que, para más inri, estaba oxidada y medía más de un palmo de longitud.
Como cabe esperar, la "casa de Socorro", a lo largo de aquella intensa jornada, contaba con la presencia de los cabezas de cartel de las autoridades de la época: el alcalde Muñoz, el primer teniente señor Martín Benito, el capitán de Seguridad, varios inspectores y agentes municipales, así como el juez de instrucción acompañado del actuario señor Perrero.
El ambiente que se palpaba hedía a preocupación y miedo y, de toda la ristra de peleas acacecidas en la capital aquel día, solo el agresor de Chapado fue encarcelado.
Pero aún hubo más. También a lo largo de la jornada el juzgado era notificado, a través de un telegrama calificado de urgente, de que en un pueblo de la provincia -cuyo nombre no trascendió a la prensa- se había perpetrado una violación.
El aciago día de aquel lejano 19 de junio, finalizó con el descarrilamiento del tren correo que cubría la línea de Medina a Salamanca. Afortunadamente, y en medio de tanto suceso, el siniestro solo se saldó con un herido leve que presentaba un golpe en la cabeza.
Así terminó aquel día que no concedió ni tregua ni piedad con los salmantinos y cuyo recuerdo se había perdido junto con las páginas de los periódicos de la época. Hasta hoy.
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