​Así eran los campos de concentración franquistas

Salamanca tuvo dos de estos recintos: uno en la capital y otro en Ciudad Rodrigo. Contaban con diferencias sustanciales respecto a los campos nazis, pero coincidían en la deshumanización de los prisioneros. Ser fusilados, pasar largas temporadas en prisión o trabajos forzosos, su destino final

 Mapa campos de concentración en España durante el franquismo
Mapa campos de concentración en España durante el franquismo

El pasado jueves, 14 de marzo, el periodista Carlos Hernández de Miguel publicaba el libro Los campos de concentración de Franco. Un trabajo de investigación que reflejaba que, durante la Guerra Civil y durante el Franquismo, España contó con cerca de 300 centros de este tipo reconocidos por las propias autoridades franquistas y que eran parte de su sistema concentracionario.

Un capítulo de la historia de España olvidado (como tantos otros acaecidos durante el Franquismo) que permanecía oculto al conocimiento público hasta que Carlos Hernández reflejó en un libro que ya está en librerías y páginas web toda su investigación. De ella, se puede extraer toda la barbarie que se cometía durante todos esos años.

Salamanca no fue ajeno y, de hecho, contó con dos centros de concentración: uno en Salamanca capital y otro en Ciudad Rodrigo. Se da la circunstancia, además, que se trata de dos edificios que no se han derruido y que siguen en pie: el CEIP Francisco de Vitoria (en la capital) y el monasterio de la Caridad (en la localidad mirobrigense).

Así lo explica el autor de Campos de concentración de Franco en una extensa entrevista a SALAMANCA24HORAS. El periodista relata que han sido tres años de dedicación “full time y exclusiva” para realizar una investigación que se extendió “más de lo que esperaba” y que, de haber compaginado con su trabajo de periodista (durante este tiempo ‘sólo’ ha colaborado como columnista en eldiario.es) le podría haber llevado “10 o 12 años, porque ha sido de una magnitud tremenda”.

Uno de los capítulos menos estudiados de la represión franquista y que recibía la denominación de ‘campos de concentración’ por las autoridades del Régimen

Así, el periodista explica que el objetivo de su investigación no ha sido otro que “arrojar algo de luz a uno de los capítulos menos estudiados de la represión franquista”, puesto que sí se habían hecho otros estudios sobre las cárceles, los trabajadores esclavos o los fusilamientos. Pero la represión franquista tuvo “distintas patas”, y estos campos de concentración fueron una de las principales, especialmente durante la Guerra Civil y los primeros años de la Dictadura.

De hecho, Carlos Hernández concreta que al principio tuvo mucha confusión de cómo enfocarla, ya que existían distintos tipos de recintos de reclusión durante la Guerra y la Dictadura, así como distintos batallones de trabajadores esclavos que se confundían unos con otros pese a “que tenían distintos objetivos y distinta naturaleza”.

Así, acotó lo que iba a investigar y difundir, y se centró en los que las propias autoridades del Régimen denominaban ‘campos de concentración’. “Unos tenían la consideración oficial y otros no, y la única forma objetiva de acotar el tema era ceñirme a aquellos lugares que las propias autoridades franquistas definían como tal”, relata.

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Por ello, pese a que Salamanca tuvo “muchos recintos” de reclusión, como cárceles provinciales o colonias penitenciarias, en la investigación se reflejan exclusivamente los campos de concentración de la provincia, que fueron, hasta donde ha podido saber, dos: el de la capital y el de Ciudad Rodrigo.

No descarta que pueda haber más y que la documentación se haya destruido o no la haya encontrado, pero esos dos los tiene constatados. “Estéticamente y el sufrimiento se parecían (a otros centros de reclusión), pero (los otros) no fueron oficialmente considerados como campos de concentración”, continúa.

Ninguno de los prisioneros recibió una acusación formal ni fueron juzgados, y eran de naturaliza política

Cerca de un millón de prisioneros (las cifras estimadas bailan entre 700.000 y 1.000.000 de personas) pasaron por los campos de concentración del franquismo, “y ninguno había sido acusado ni juzgado”, sino que eran o bien prisioneros de guerra (la gran mayoría) o políticos. Había desde militantes republicanos hasta maestros cuya ideología era considerada “nociva para la nueva España”, concreta el periodista. Cientos de miles de ellos formaron posteriormente parte de los llamados Batallones de Trabajadores, que se organizaban en los propios campos, en los que fueron explotados laboralmente y sufrieron unas terribles condiciones de vida.

Este es otro dato a tener en cuenta, porque los prisioneros de otras unidades de trabajadores forzados, como eran los de destacamentos penales o las Colonias Penitenciarias, todas ellas dependientes del llamado Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, sí habían pasado por la cárcel y conmutaban parte sus penas, aunque fuera con un trabajo esclavo. Estos sí habían sido condenaos pero, eso sí, por Tribunales Franquistas, “que han sido considerado ilegítimos porque no tenían ni derecho a defenderse”.

De hecho, llegaban a ser juzgados en grupos de 20 y 30 personas por hora y con una causa única de por medio con un abogado franquista como defensor “que lo único que pedía era clemencia para los prisioneros”. Así, su mayor perdón era conmutar sus penas por trabajos forzados (dependiendo del día, un día de trabajo redimía uno o medio de condena).

Grandes diferencias con los campos de concentración nazis, pero parte del sistema concentracionario franquista

Lo primero que quiere dejar claro Carlos Hernández es que estos campos de concentración guardaban diferencias sustanciales con los campos nazis. Sí formaban parte (de hecho, eran una de las más importantes) del sistema concentracionario franquista pero, a diferencia de los del III Reich, la gran mayoría estaban instaurados “en lugares que no recuerdan a los campos”, como son centros escolares (Salamanca) o monasterios (Ciudad Rodrigo).

Además, el sistema del Régimen tampoco contaba con campos centrales y otros que actuaban de ‘subsede’ y que se creaban cerca de lugares de trabajo (como pasaba con Mauthausen, que estaba cerca de una fábrica de coches y de armamento), aunque en España sí que había campos ‘centrales’ que era donde, principalmente, se formaba a los Batallones de Trabajadores que luego eran enviados a distintos sitios.

Estos Batallones de Trabajadores se instalaban en lugares “que sí se parecen más a los campos de concentración”, o a la imagen clásica que tenemos de estos. Dirigidos por la misma institución que los campos españoles (la Inspección de Campos de Concentración), llegó a haber cerca de un millar de sitios de esta naturaleza (100 de ellos trabajando simultáneamente), pero su duración no se prolongaba en el tiempo más de dos o tres años.

Colegio Francisco de Vitoria3


Carlos Hernández considera importante acotar esto “porque ha habido mucha confusión con otros recintos a los que se llamaba campos de concentración pero, cuando ves la documentación, recibían otra consideración”, aclara, algo que también sucedía con las Unidades de Trabajos Forzados.

Pero, de todas formas, el autor de Campos de concentración de Franco reitera que es mejor no hacer comparaciones con los campos nazis porque “con la criminalidad del III Reich, cualquier masacre o víctima va a parecer de menos”, aunque sí se daba un patrón común entre los sistemas concentracionarios de Hitler y Franco: una deshumanización total de los prisioneros.

Sufrimiento, hambre, humillaciones, malos tratos… y un intento de lavado de cerebro

Esa deshumanización consistía en tratar a los prisioneros como animales. Por ello sufrían hambre, humillaciones, malos tratos… “no eran más que un número. También hay similitudes en cuando a sometimiento, trabajos forzados y tarea de reeducación”, explica Carlos Hernández, concretando que se les intentaba lavar el cerebro.

Aquí, al igual que en el III Reich, se les impartían charlas patrióticas y propagandísticas “con el añadido de que se incluían elementos religiosos”, algo que no pasó en la Alemania Nazi. Por ello, era obligatorio ir anisa, escuchar los sermones de los sacerdotes “que, aunque no siempre, los llamaban asesinos y les decía que se merecían todo lo malo”, lamenta el autor de la investigación, quien refleja la falta de caridad cristiana en esos casos. Aunque hay testimonios de algunos supervivientes, eso sí, que también hablaban de sacerdotes que les ayudaban con comida, algo que ocurrió sobre todo en Galicia.

Más allá de esa deshumanización, poca influencia nazi hay en los campos de concentración franquistas, aunque algo hay “ya que, cuando surgen (los campos), España y Alemania eran aliados fieles”, llegando a visitar agentes de la Gestapo algunos campos con frecuencia, especialmente los de Miranda de Ebro y San Pedro de Cardeña (ambos en Burgos), ya que ahí estaban las Brigadas Internacionales y los extranjeros que huían de Francia y que eran de interés nazi. “Me ha conmovido la constancia documental de la entrega de prisioneros que se los llevaban a Alemania a la muerte o a campos de concentración del Reich”, se duele Carlos Hernández.

A los campos iban presos políticos y prisioneros de guerra, y no hubo campos de concentración para mujeres

Según se recoge en Campos de concentración de Franco, a estos iban prisioneros de guerra y presos políticos (especialmente estos últimos), y no consta que hubiera envíos a estos lugares por cuestión de religión u orientación sexual, como tampoco hubo, a diferencia del nazismo, campos de concentración para mujeres.

Esto se debió a la mentalidad “profundamente machista” del nuevo Régimen, ya que Franco y sus generales le otorgaban a la mujer el papel típico que recibe en los fascismos y consideraban que no tenían que entrar en este tipo de recintos. La represión de las mujeres, que sí se dio, sucedió en las cárceles, donde eran torturadas, asesinadas y donde se les robaban a sus bebés.

Hay excepciones, por supuesto, como sucedió en los campos de concentración de Cabra (Córdoba), San Marcos (León) o Los Almendros (Alicante), donde incluso hay testimonios de cómo murieron bebés por falta de alimentación, higiene y frío. También hay un caso particular, el de Castropol (en la playa de Arnao, en Asturias), que fue un campo organizado en una playa y al que se destinaban las mujeres que eran o bien familiares de huidos o por colaboración con estos. Se consideraba que eso era “motivo suficiente” para entrar.

Exterminio selectivo y clasificación de prisioneros para pasar largas temporadas en la cárcel o para Batallones de Trabajadores

A las personas que acababan en estos campos de concentración de Franco les esperaban dos finales diferentes, pero ninguno deparaba nada bueno, según recoge la investigación de Carlos Hernández. El primer objetivo de estos lugares era un exterminio “selectivo” que acababa con la vida de los que habían sido identificados como miembros destacados de las organizaciones republicanas.

“Los asesinaban directamente, dentro del campo o a las afueras”, explica el periodista, quien ha documentado testimonios de guardianes o prisioneros corroborando que llegaban partidas falangistas de civiles o de Guardias Civiles de los pueblos buscando en los campos “a sus vecinos republicanos”.

Eso sí, la masa de prisioneros era tan grande y con tanta suciedad, mugre y personas desaliñadas “que era imposible reconocer a nadie”. Por ello, de forma aleatoria cogían a unos cuantos reclusos y se los llevaban para matarlos, fueran quienes fuesen.

Sin embargo, el objetivo principal de estos lugares, tal y como se detalla en Los campos de concentración de Franco, era realizar una clasificación de los prisioneros. “Franco no quería que nadie quedara en libertad o fuera enviado a cualquier destino sin ser investigado”, detalla Carlos Hernández, si bien matiza que ese proceso de investigación, durante la guerra, era muy complicado, y la fuente más directa venía de los pueblos donde residían los reclusos.

Así, lugares republicanos como Cataluña, Valencia o Murcia no facilitaban ningún tipo de información, por lo que la única documentación que conseguían era de localidades bajo control franquista. El procedimiento siempre era el mismo: se le enviaba una carta al alcalde (franquista), al jefe de la Guardia Civil, al jefe de la Falange local o al cura del pueblo y se les pedían informes sobre sus antecedentes políticos.

Lo que dijesen estas cuatro autoridades marcaban la vida o la muerte de los prisioneros. O bien iban a parar al grupo de los que eran asesinados directamente o pasaban al gran grupo de los ‘significados’, donde también se incluía a los oficiales del Ejército Republicano. Este grupo era sometido a un Consejo de Guerra, y su destino también se dividía en dos: o eran fusilados o recibían largas condenas de prisión.

También había quienes no tenían unos informes claros o con una significación tan importante con la República. Todos los dudosos o a los que no se podía investigar pasaban al grueso de los prisioneros que pasaban más tiempo en los campos y sufrían todo tipo de penurias, como hambre o maltratos, y que terminaban formando los Batallones de Trabajadores.

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Asimismo, otro de los objetivos hacia este grupo era la reeducación, para que todos los que pasaban por trabajos forzados volviesen amedrantados y así convencerles de cambiar su ideología. “Es espeluznante ver las instrucciones que se dictaban de cómo debían funcionar los campos”, como establecer horas concretas en las que eran sometidos a charlas patrióticas, la obligación de ir a misa o de comulgar.

Ese proceso de reeducación iba encaminado, reitera Carlos Hernández, a minar la resistencia intelectual e ideológica y formaba parte de la estrategia para deshumanizar a los prisioneros. Era un papel fundamental para “lavar el cerebro”, motivo por el que se impartían charlas o mensajes “que acababan calando en sus mentes”.

Igualmente, había un tercer grupo, “muy minoritario”, aclara el periodista, que eran las personas afines al movimiento, que eran liberados inmediatamente “y realistadas a las tropas del ejército franquista”.

Algunos cerraron al acabar la guerra, y otros llegaron a estar abiertos 10 años más

No todos los campos de concentración tuvieron la misma prolongación en el tiempo. Algunos abrían y cerraban a los meses, pero el gran grueso se clausuró en noviembre de 1939, una vez terminó la Guerra Civil.

Esto se debió, principalmente, a que España estaba en una situación de equilibrio complicada, ya que era aliada de Hitler pero tenía de vecina a la Francia aún democrática. Por ello, no podían dar una imagen tan clara de crueldad, porque “no le interesaba estética y políticamente”.

Sin embargo, sí se mantuvo el grueso del sistema concentracionario franquista con algunos campos y con los Batallones de Trabajadores. Así, el final “oficial” se puede situar entre 1947 (final del último campo, el de Miranda) y 1948 (la última unidad de Batallones de Trabajadores). “Ahí oficialmente acaba el sistema concentracionario”, si bien Carlos Hernández concreta que se siguieron abriendo otros recintos con otros nombres.

“Con Hitler caído, Franco estaba en una situación compleja e intentaba congraciarse con los aliados y dar una imagen diferente”, prosigue el periodista, porque el mundo ya conocía los horrores de Mauthausen o Ausctwitz. Eso sí, seguía habiendo recintos “que llamados de otra manera son muy parecidos” y donde se daban situaciones “incluso espeluznantes”.

Un ejemplo de ello es la Colonia Agrícola Penitenciaria que se situaba en Tefía (Fuerteventura), donde era un campo de prisioneros de homosexuales porque, tras el cambio de legislación de Vagos y Maleantes, recibían la misma consideración que un delincuente. Esta se cerró en 1966, ya casi al final de la Dictadura.

Otro de los ejemplos eran los campos de concentración que no estaban destinados a españoles, sino a los magrebíes capturados durante la Guerra de Ifni y que se cerraron cuando terminó el conflicto (1958). “Los llevaban desde Marruecos hasta Canarias y recibían la denominación oficial de campos de concentración”.

Edificios ya construidos para albergar estos campos y que hoy son hoteles de lujo

La última gran diferencia respecto a los campos de concentración nazis era que los franquistas no tenían un criterio de homogeneidad sobre cómo eran, aunque todos seguían la misma serie de normas. En los campos al aire libre sí había, como muchos imaginarios diseñan, dos alambradas entre las que había un gran foso.

Pero las autoridades franquistas, a diferencia de las del III Reich, sí consideraban que deberían aprovechar los recintos ya construidos, por lo que se utilizaron edificios ya existentes, como eran plazas de toros, recintos deportivos o centros escolares. Un ejemplo de esto último es la Universidad de Deusto o el Centro Escolar Miguel de Unamuno (Madrid), que “fueron dos durísimos”.

Salamanca no fue ajena a esto, ya que el Centro Escolar Francisco de Vitoria fue otro de uno de los campos de concentración de la provincia. El otro fue el monasterio de la Caridad de Ciudad Rodrigo, hoy abandonado pero que tuvo un proyecto para ser convertido en un parador de lujo, tal y como lo es hoy el campo de concentración de San Marcos, en León, y que a falta de terminar de investigar, “fue el más duro de todos”, termina Carlos Hernández. 

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