El Niño de la Capea: “La tauromaquia es la primera conquista social de la historia de España”

El torero salmantino Pedro Gutiérrez Moya estrena el Premio Castilla y León de Tauromaquia reivindicando el mundo del toro como festejo del pueblo, así como su valor cultural y artístico como seña de identidad en esta tierra

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'El Niño de la Capea' toreando en Guijuelo. Foto Juanes
'El Niño de la Capea' toreando en Guijuelo. Foto Juanes

Pedro Gutiérrez Moya (Salamanca, 1952), más conocido como El Niño de la Capea, es el primer ganador del Premio Castilla y León de Tauromaquia. La Junta reconoce con el galardón, recién instaurado, “su impresionante carrera artística y profesional”, y le distingue “por constituir un referente tanto en Castilla y León, como en toda España e Hispanoamérica, especialmente en México”. El matador repasa su trayectoria en los ruedos y reivindica el mundo del toro como festejo del pueblo, así como su valor cultural y artístico como seña de identidad en esta tierra, de la que emergió desde un origen humilde, en el camino de Los Alambres de Salamanca, para cumplir sus sueños y triunfar a ambos lados del charco.

¿Qué supone estrenar la categoría de tauromaquia en la entrega de galardones más prestigiosa de Castilla y León?

Lo que más satisfacción me causa es que tengan en cuenta la tauromaquia. La tauromaquia es muy importante, significa muchísimo para esta Comunidad. Forma parte de nuestra forma de entender la vida. Y que se reconozca, más que a título personal, me halaga mucho más a nivel de lo que significa la tauromaquia.

Pero en la inscripción pone ‘El Niño de la Capea’.

Sí, es una satisfacción grande por haber cumplido con el deber. Al menos, haber cumplido los sueños y que hayan tenido eco. Y que después de tantos años de haber dejado de torear sigan vigentes de alguna manera.

¿Cómo valora el apoyo al sector taurino del Gobierno autonómico respecto al Gobierno central?

Es obvio que el Gobierno de Castilla y León está al lado del pueblo y de su gente y que el Gobierno central está alejado, por mucho que haga propaganda. Yo creo que por ignorancia y por cobardía, porque no quieren acercarse a lo que ha formado parte de la vida de sus padres y de sus abuelos. Y que es un parte importantísima, si no la más importante, en la cultura de España, se pongan como se pongan. Es lo más reconocido a nivel mundial y lo más envidiado. Ahí es donde radica el problema. Porque ellos no la tienen.

Usted que la ha conocido tan de cerca durante las últimas décadas, ¿en qué estado de salud cree que está la tauromaquia en la actualidad?

La tauromaquia siempre ha pasado sarampiones, pero ha podido con todos. Lo extraño de esta época es que un Gobierno que se dice del pueblo, que lo defiende, le quiera arrebatar lo que fue la primera conquista social en la historia del pueblo de España. De una fiesta de divertimento de las clases poderosas de aquella época, hizo su fiesta y se la arrebató. Eso es lo que a mí no me cuadra en gente que se llama de izquierda. De los mejores aficionados a los toros, reconocido internacionalmente, han sido gente de izquierda, como Picasso, Lorca, Alberti, en fin, cantidad de intelectuales, todo tipo de artistas que han sido súper aficionados. ¿Cómo les quieren llevar ahora la contraria esta izquierda tan, no sé, tan distinta, tan rara?

Sin embargo, ¿Castilla y León es un buen lugar para ser taurino?

Castilla y León es un lugar extraordinario para ser taurino, nada más que el castellano es poco dado a exteriorizar sus sentimientos. Pero sí es una tierra que tiene mucha empatía con todo lo que rodea a la tauromaquia, que no solo son corridas de toros. Lo son todos los festejos populares. No se concibe una fiesta sin que haya un contacto con el toro. Prueba de ello es que el patrón de los toreros y el patrón de las fiestas siempre es un santo porque, en Castilla y León, la tauromaquia está muy vinculada a la religión.

El ejemplo de su familia, con su hijo Pedro Gutiérrez, es claro, pero ¿cree que el relevo generacional está garantizado en el mundo del toro?

A la gente joven, al final, la pueden equivocar un tiempo. Pero cuando se acercan a ver por qué les quieren quitar esto descubren que tienen más afinidad con ello de la que ellos pensaban. Pero necesitan asomarse a los toros y conocer lo que significan y lo que conllevan.

Nació usted en la zona de Chamberí, una de las más deprimidas de Salamanca. ¿Qué recuerda de esos orígenes?

El barrio más humilde y marginal que había en aquel momento, el camino de Los Alambres, ese fue el barrio en el que yo me crie. El escape mío para poder salir yo de aquella marginalidad social y económica en la que me estaba criando, esa luz, me la dieron los toros. Yo fui torero por hambre. Y descubrí al toro y terminé enamorándome del toro, y siendo capaz de jugarme la vida por conseguir el sueño de seguir estando vinculado al toro a través de la ganadería el resto de mi vida.

¿Qué atributos cree que hacen falta para salir de ahí y alcanzar un éxito como el suyo a ambos lados del charco?

Ambición, constancia y trabajo. He sido un hombre con ambición profesional, muy constante y con mucho trabajo. Nunca me ha dado pereza aprender y ser consciente de que jamás se acaba de aprender en los toros. Esa humildad es necesaria también para poder progresar como artista. Si no no progresas, te estancas.

¿Qué faena recuerda con especial cariño?

Son recuerdos de una forma de vida que yo he escogido. Primero, para ayudar a mi familia y ganar dinero para salir de la pobreza. Esos primeros éxitos tenían cierto sabor a ir contra lo que a mí me estaba presionando, que era el hambre. Después, viene el ser capaz de convencer a la afición de lo que haces. Es importante, es auténtico y no tiene límites en cuanto al riesgo. Esa fue una segunda época. Y la tercera época ya era aflorar como torero en movimientos, en el trazo de los muletazos, lo que yo sentía que más me iba motivando a nivel personal, aunque a veces ese tipo de toreo, tan personal, no cale tanto en los públicos.

Está claro que ha gozado del beneplácito del público a lo largo de toda su trayectoria. ¿Cómo ha percibido ese favor?

Percibo que ha sido una carrera evolutiva, que ha ido evolucionando, y que esa evolución ha ido generando empatía, admiración y respeto en la gente. A medida que pasaban más años, toreaba más, y más triunfos podían suceder, así que más admiración causaba en la gente. Y sobre todo respeto. Respeto porque lo que hacía era lo que yo quería hacer aunque me costara la vida.

¿Y esa vez que pasó miedo?

Fue un toro de Manolo González. Era la primera vez que toreaba en Las Ventas después de mis éxitos tan importantes en México. Venía precedido por aquellos éxitos con una nueva aureola de torero más hecho y tenía que ratificarlo. Salió ese toro y me impactó tanto la agresividad que tenía que sentí, en un un momento, que me podía matar. Y fui capaz, en décimas de segundo, de sobreponerme a esa sensación que me había causado y triunfar apoteósicamente con él. A partir de ese momento, creo que Madrid se entregó tanto que nunca tuve el más mínimo problema en ninguna corrida posterior. Siempre se me respetó y se me esperaba con mucha ilusión. Creo que ese ‘momentito’ que sentí la angustia vestido de torero en el ruedo es de los más fuertes que tuve.

¿Cómo se activan los sentidos en la arena de una plaza de toros?

En principio es la sensación de que tú tienes que comunicarte con el toro. El toro va intentando acobardarte pero, de alguna forma, tú tienes que intentar acobardar al toro. De ahí viene una lucha tan intensa que no te das cuenta del dolor físico. Sí de los toques, de las piedras, incluso de los pitones que te rozan a veces las piernas. Pero es tanta la concentración que tienes que tener con él que tu única misión es dominarlo, crear belleza como tú la sientes, y exteriorizarlo de forma artística con los trazos de muletazo en los que, a veces, parece que se te escapa el alma. Y eso es lo que permite la auténtica conexión con el público, cuando se pone de pie. Es algo muy íntimo, muy difícil de explicar. Tener esa comunicación con el toro en los movimientos es lo más maravilloso que he sentido en mi vida a nivel de sensaciones, porque están todas: la vida, la muerte, el éxito, el fracaso. Está todo unido en un solo muletazo, en un solo movimiento de toro y torero. Entonces, claro, para descifrar todo habría que reflexionar mucho y echarle mucho rato, no es fácil que los toreros podamos explicarlo porque son sensaciones del alma, no son del cuerpo. El cuerpo te duele y te pones y una venda, el alma no. Son otras sensaciones.

¿Cuáles son los éxitos que más le marcaron durante su trayectoria?

Hay tres días cumbres en mi vida, para mí. Los seis toros de Vitorino en Madrid, en Las Ventas. Fue una apuesta personal en la que era yo contra mí mismo. Y pude. Después, la despedida del toreo en México fue un día de una gran emoción en que el tuve la sensación de que había hecho algo más de lo que yo había sentido. Y me lo transmitió el público a mí, no yo al público. Y luego, un día muy importante para mí fue mi última corrida. Jamás podía yo haber pensado que mis nietos pudieran cortarme la coleta, con lo que eso significa para un torero. Entonces, tener ese momento fue muy emotivo y lo artístico pasó a un segundo plano.

¿Cómo fue ese regreso a una plaza de toros con casi 70 años?

Surge de la locura que tenemos los toreros dentro del alma que nunca jamás muere. Un día, en esa locura, me dije que tenía que hacer algo importante. Cuando dices una corrida de toros, todo el mundo, obviamente, te llama loco. Yo no estoy loco, mi cerebro funciona perfectamente. No sé si las piernas, el cerebro, sí. Y mientras el cerebro funcione, el resto se pone en marcha. Tener que afrontar toda esa preparación anterior fue un reciclaje con mi propia vida. Tuve días maravillosos de entrenamiento, que me creía que estaba empezando a torear y que tenía que volver a salir del camino de Los Alambres. Y vivir eso es muy bonito, precioso, con 70 años. Si luego sale bien la corrida, disfrutas, tienes momentos buenos donde puedes enseñar a mucha gente que jamás te ha visto torear cómo eran tu forma de andar delante del toro, tu trazo de muletazo, y además te están viendo tus nietos, pues es un día maravilloso. Muy poquitos en el mundo del toreo han podido tener esa sensación.

¿Qué le dijeron sus nietos?

Al principio, estaban un poquito como divertidos por ver a su abuelo vestido de torero con su padre y con sus tíos. Pero, a medida que iba desarrollándose la corrida de toros, yo les vi que tenían tanta cara sorpresa que no sabría decir si estaban asustados o estaban entusiasmados. Era una cara que yo no había visto en mis nietos. Y ellos querían estar con su abuelo. Sabían que estaba pasando algo. Y eso es precioso, es una imagen que a mí no se me borrará jamás. 

Seguro que una trayectoria tan prolífica guarda también momentos muy duros. ¿Cuáles fueron los suyos y qué aprendió?

Claro, en la vida hay de todo. En México, antes de cortar mi primer rabo, me echaron un toro vivo al corral. El fracaso más grande que puede tener un torero en la plaza más grande del mundo. Obviamente, hubo unos segundos que se me vino el mundo encima. Pero toreaba el domingo siguiente y la capacidad psicológica de mi apoderado, Javier Chopera, fue magnífica. Me cogió, me metió en un avión y me llevó a la playa. ¿Cómo, después de un fracaso de esos, íbamos a ir a la playa? Pues sí. Porque él sabía la capacidad que yo tenía como torero, pero no tenía que dejar que yo me obsesionara con el fracaso. Eso no lo sabía yo. Claro, cuando llegué otra vez a los seis días a la México, corté mi primer rabo, con lo dificilísimo que es eso. Él había jugado un factor psicológico en mí y yo lo había asimilado perfectamente. Ese fue un día bonito para mí de recordar. Después, en Madrid, otro toro de Pablo Romero me dio una voltereta y, en lo que caí al suelo, me dio tiempo a pensar que tenía que matarlo para que no me asustara. Claro, fue tanto el estrés que causó en la plaza que nadie en Las Ventas se atrevió a chillarme. “¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?”, mi propia gente. Y yo lo tuve claro. Tenía que hacer eso porque si yo vuelvo a intentar torear y me vuelve a coger, probablemente, me hubiera acobardado para toda mi vida y no hubiera sido El Capea. La reflexión esa milésima de segundo fue una iluminación perfecta. ¿Por qué? Porque no me asustó. Volví a ser otra vez El Capea al día siguiente. No sé por qué tuve esa reacción, pero apareció y funcionó. Luego, he tenido otros momentos malos de despacho, que no me querían contratar, también he tenido temporadas malas, pero siempre he tenido una cosa muy clara: que yo tenía sueños que cumplir. Cuando uno cree en sus sueños, entonces uno no nota el esfuerzo. Y entonces, cada tarde que sales a a una plaza, sales fresco. Porque tú no vas detrás de una tarde, vas detrás de un sueño. Y creo que yo fui un torero que, a mí manera y con mis formas, perseguí un sueño.

Ahora es ganadero y, el que más el que menos, todos los sectores económicos están en crisis. ¿Cómo lo lleva?

Como mucho esfuerzo. La pasión y el amor por el toro hace que busque la forma de poderlo aguantar, como pasó en la pandemia. Ayudado por el ganado de carne, por ejemplo, haciendo el esfuerzo de no gastar, sacando de la hucha, de los pocos ahorros que van quedando. Todas esas cosas influyen, pero es porque el sueño sigue vivo. Yo soñaba con que algún día tendría una finca de las que yo veía de chaval cuando iba a entrenar y que tendría mi ganado bravo. Y cuando lo tienes, pues es obvio que es de lo último de lo que te desprenderás en tu vida. Y le buscas las vueltas, te haces economista y de todo sin tener ni idea de nada. Pero lo sacas adelante.

¿Cree que la tauromaquia vale más por su dimensión cultural y artística o por su proyección económica en un territorio como este?

Para mí por la cultura. Porque es algo que nace de dentro, no nace del interés. Ahora mismo están toreando matadores que no tienen necesidad económica y se juegan la vida. Es la llama interna de nuestra cultura, de nuestra tradición heredada de tantas generaciones, de tantos cientos de años. Y eso no se mata de la noche a la mañana. Mucha gente, sin saber, tiene la llama y algún día se le despertará porque eso va innato en el español de cualquier región de España, se pongan como se pongan.

¿Y qué le dice a quien piensa que la tauromaquia en España, y por ende en el mundo, tiene los días contados?

La gente mira más los números que la cultura y la pasión. Evidentemente, si no vamos a los números, no es un momento bueno. Pero a los que amamos la tauromaquia lo que nos importa es su descendencia, que siga hacia delante. Porque un momento de satisfacción en la tauromaquia nos compensa un año de sinsabores.

Enhorabuena.

Gracias. La verdad es que tengo mucho que agradecer, primero a Gonzalo Santonja y también al Gobierno de Castilla y León que tenga la tauromaquia en el lugar que le corresponde. Este año me ha tocado a mí, otro año le tocará a otra persona, pero lo importante, para todos, es el respeto y la admiración que este Gobierno tiene por la tauromaquia.

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