El callejero salmantino rinde homenaje a numerosas personas que pasaron a la historia de España por sus logros. Aunque su relación con la capital del Tormes sea escasa o prácticamente nula, supone así un recuerdo a quienes contribuyeron a mejorar la vida de sus semejantes. Sin embargo, la historia de estas calles suele estar asociada a un relato más apegado a las costumbres de la sociedad charra. Así ocurre con la calle Ramón y Cajal.
Esta cuesta empedrada desde la plaza de las Agustinas hasta la confluencia de los paseos de Carmelitas y San Vicente, está flanqueada a su izquierda por el entorno del Colegio Fonseca y a su diestra por el Campo de San Francisco. La cercanía del parque hizo que a esta calle se la denominase precisamente Paseo del Campo de San Francisco, aunque pasó a ser popularmente conocida como la cuesta de Moneo, pues desde el siglo XIX se encontraba allí una famosa tienda dedicada a la energía eléctrica y los carburantes, surgida tras la revolución industrial.
Al inicio de esta calle residió el que llegara a ser ministro Filiberto Villalobos, cuyo fallecimiento congregó a miles de salmantinos en 1955 que quisieron acompañar al cadáver durante toda la pendiente hasta el camino hacia el cementerio. Y es que hasta no hace mucho tiempo en este cruce de avenidas comenzaba el trayecto hacia el camposanto, por lo que era frecuente ver a familiares y amigos acompañando un féretro a través de esta cuesta, la cuesta de los entierros. Calle que en 1922 fue nombrada como Ramón y Cajal en homenaje al Premio Nobel de Medicina. Ironías de la vida, el nombre de alguien que propició vida para una calle siempre relacionada con la muerte.