Posteriormente, la Iglesia intenta su cristianización y pone tan señalada fecha del calendario bajo los auspicios de San Juan Bautista, que no es un personaje cualquiera, sino uno fundamental en la historia cristiana. Pero el 24 de junio es la noche en que arden las hogueras purificadoras, cuando la magia y los encantamientos se suceden en un pueblo y otro, acompañados de multitud de tradiciones de índole salutífera y variadas supersticiones que pueblan la vida cotidiana de los hombres y que recuerdan como historias de antaño los mayores. En la provincia de Salamanca, la tradición llega desde los celtas, de aquellas tribus que poblaron estas tierras y adoraban al sol.
Porque el año, con sus estaciones marcadas por el sol y la luna, sirve para establecer un orden natural de las cosas. Es el inicio de una etapa de alegría que fija el comienzo de los meses estivales, de honga significación, de indudable simbolismo y de unión, pero también de transformación, como indica Juan Francisco Blanco. Es la noche que abre la puerta a la recolección y a la vida.